Cantera de naturalistas


A finales de agosto se ha desarrollado en la Reserva Natural de Riet Vell, en el delta de l’Ebre, Tarragona, un campo de verano de ornitología para jóvenes de 9 a 15 años. La temática ha girado en torno de la observación y reconocimiento de aves, introducción al anillamiento científico y algunos aspectos básicos de la ornitología.


Tuve la suerte de poder divulgar aspectos sobre las especies protegidas, las especies amenazadas y sus planes de recuperación como el de la Gaviota de Audouin e introducir a estos chicos (eran seis) en la identificación de aves acuáticas y marinas en las costas y lagunas costeras del delta de l’Ebre. Quedé maravillado. Que nivel. Chavales de 12 años, la edad de mi hijo, o menos, ya conociendo los nombres científicos, maravillándose delante de un águila pescadora que estaba lejísimos en la playa o encontrando fácilmente una pareja de ánades frisos en eclipse en medio de centenares de ánades reales también eclipsados, todo a través de telescopio y con fuerte calima (!). Las ganas de aprender, el interés, la simpatía o la espontaneidad estaban plenamente presentes en aquellos chavales, que me recordaron tiempos pasados, muy pasados en realidad. A parte de aplaudir sin paliativos la iniciativa de la gente de Riet Vell vale la pena tener en cuenta un par de detalles.


El mundo de la ornitología, birdwatching, o digámosle como queramos está claramente envejeciendo. ¿Qué media de edad tiene la gente con la que salís al campo?¿Cuanta gente va andando o con sus padres porque no tiene coche?¿O cuantas chicas hay? Si lo último ya es un estigma que dura decenas de años (yo tengo mis teorías sobre la relación de ese caso y determinados caracteres atávicos varoniles, pero lo dejamos para otro día) la falta de renovación en gente que sepa identificar un Tringa glareola, un Calidris ferruginea o que te encuentre dos Xarrasclets en medio de un grupo de patos es alarmante.


No deberíamos de descuidarnos. A mí particularmente, que trabajo profesionalmente en estas cosas, me faltan –gobierno permitting- un par de decenios para jubilarme. Estos chicos de 12 años son los primeros realmente jóvenes y buenos que veo en bastante tiempo. No es tema solamente de perder un acervo cultural, una herencia no escrita de habilidades identificativas. No. Negocios enteros como los guías ornitológicos cada vez tienen un público más de la tercera edad. ¿Y de aquí a 20 años? Todo el negocio alrededor de este mundo puede sencillamente colapsarse por falta de público potencial que haga los negocios viables. Eso, tal vez, sea sin embargo lo de menos. Hay profesiones que se han perdido por la evolución de las técnicas y ahora sólo las vemos en ferias especializadas o museos antropológicos.


Conocer la naturaleza, sus pobladores, ser capaz de identificarlos, de censarlos, de protegerlos no es un lujo. Es una necesidad en este mundo que vivimos. Y eso no se enseña en la universidad. Las actitudes mal conducidas y manifestadas que regularmente se ven en internet, en foros, en conversaciones o camarillas del tipo ‘esta cita no me la creo porque es de fulano’, ‘si no hay fotos nada’, ‘va, seguro que era un ...’, ‘ese tío no tiene ni idea porque yo me conozco esta zona al dedillo’ o ‘esta gente no se entera porque no tiene tal o cual libro o artículo de mi amigo x’ sólo hacen que enturbiar el ambiente, ahuyentar posibles interesados o interesadas y desde luego no hacer nada por la renovación generacional. Evitarlas es básico no solamente por educación y humildad, sino por un futuro mejor.


Por eso, iniciativas como la de Riet Vell donde conocí a seis verdaderos cracks de la ornitología futura son no sólo dignas y de necesaria repetición. Sino una verdadera necesidad. Y yo un día, de aquí a unos años, podré decir: pues yo un día llevé al campo a tal, a cual y a pascual. Que lujo.

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